

Los JJOO de Barcelona 1992 marcaron un antes y un después en mi trayectoria deportiva. El mundo del deporte estaba ansioso por que llegara la gran cita. Los atletas que no éramos primeros espadas tuvimos que jugarnos las plazas olímpicas en los campeonatos nacionales. El campeonato se celebró en Valencia. La federación eligió la capital valenciana porque se adaptaba a las condiciones climatológicas que un mes más tarde nos iríamos a encontrar en Barcelona. Mi idea pasaba por intentar clasificarme en la distancia de los 10.000 metros. Antes de dicho campeonato, había corrido dos veces la distancia de los diez mil (25.04.92 Maia (Portugal) 28´12”07 / 6º) y el 13.06.92 en Bruselas (Bélgica) 28´27”89 / 3º) a un buen nivel y obteniendo buenos puestos. Aun a pesar del gran nivel del fondo español, creí en mis posibilidades y no dudé en hacer la intentona en los diez mil metros. Llegó el día, 27 de Junio. El calor, la humedad era espantosa, se hacía insoportable. En el calentamiento se apreciaba una cierta tensión entre los participantes, no era para menos, los tres primeros en clasificarse y con marca mínima conseguirían el billete olímpico . Antonio Prieto, Albentosa, Adan, De la Torre, Alejandro Gómez… Daba miedo leer la nomina de participantes, a más , casi todos los favoritos eran mucho más rápidos. Salimos escopeteados pero enseguida se ralentizó el ritmo. Iba a ser una carrera por eliminación. Enseguida me di cuenta que no iba a ser mi día, me dolían las piernas. Me empecé a agobiar, los borbotones de sudor me empezaron a angustiar y a mermar las fuerzas físicas y sicológicos. El trío gallego (Adan, De la Torre y Gómez) comandaban el grupo. Los más rápidos se mantenían a la expectativa. Prieto (Taca) se dio cuenta que un ritmo lento no le convenía, entonces, cogió el mando de la carrera y el grupo de seguidores empezó a desarticularse. Era un toma y daca. Las piernas me dolían pero aún a pesar de ir perdiendo metros, insistí en el intento. Al cuarto kilómetro decidí bajarme del burro, no podía con mi cuerpo, había llegado el momento de apartarme de la carrera olímpica. Desolado, triste, en cuatro kilómetros, once minutos y medio, la ilusión de mi vida acababa de apagarse. Las últimas vueltas fueron emocionantísimas. Ganó Prieto (28:14.25), después entrarían los atletas gallegos, De la Torre y Carlos Adán. Prieto no logró la marca mínima exigida por la IAFF y se quedó sin ir a los que serían sus cuartos JJOO. Así pues, De la Torre, Adán y Gómez serían los representantes en la prueba de los diez mil metros.
Tras una ducha de agua fría, el mal humor y lleno de pensamientos negativos, lo único que quería era salir lo antes posible de Valencia . Como un sonambulo, Caminé hasta la estación de autobuses para informarme cuando salía hacía Vitoria el primer bús hacía. A las 24.00 horas había uno, con llegada a las 9:30 de la mañana. Sin dudarlo ni un segundo, saqué el tiket y rápidamente puse pasos atrás dirigiéndome de vuelta al hotel para echar todos los trapos a la maleta. Mis compañeros (atletas equipo Reebok) me esperaban en el hall del hotel. Les comenté, “tios yo me las piro”. ¡ Que yo me voy!. Me animaron y decidí cenar con ellos. El equipo de fondo lo componíamos, Albentosa, Abel, Antón, José Manuel García, Javier y Cándido Alario, Fernando Sinovas, Tono Perez Perales, Paquillo Rivera, Antonio Prieto (taca) y el que escribe. En la terraza de un restaurante celebramos el triunfo de Taca. Con un helado en la mano y con los ánimos y bromas que lanzaba Taca empezaron a fluir las primeras carcajadas. Me fui creciendo (animando) y entonces surgieron nuevas ideas. Al día siguiente faltaba por disputarse la final de los cinco mil metros. Estaba inscrito. Unos y otros me alentaron a probar fortuna. Les dije que tenía el billete de vuelta a casa y que después del fiasco, del dolor de piernas y de la perdida de líquidos, enfrentarme a otro querer y no poder podría entrar en un desconcierto crónico . Los alientos venían de derecha a izquierda y de todos los lados pero todos dirigidos a mis timpanos. Imaginamos y maquinamos una táctica. José Manuel García (Morgan) se ofreció para lanzar la carrera. Abel Antón, favorito indiscutible para ganar la carrera, tendría que quedarse agazapado sin salir a nuestro encuentro. Todo parecía sencillo y fácil pero mis piernas temblaban y se sentían cansadas. Me dije ¡Qué cojones! A por ellos. Delante de todos, saque el billete del bus y lo hice añicos. Se reían y aplaudieron la gesta queriendo decir, vaya par de cojones tiene el vasco. Ese año había corrido los cinco mil metros de Sevilla en un tiempo de 13´33”77.

Al días siguiente me levante, hice un buen desayuno y con el resto del grupo nos fuimos a soltar piernas (20 mnt. de trote + algunas progresiones). Me encontré bien, con un buen tono muscular. Llegó el momento de la carrera. La táctica estaba bien definida. Los rivales iban a ser Antonio Serrano y sobre todo Anacleto Jiménez que atesoraba un buen final. Nada más salir le dije a Morgan que tirase a muerte. En el primer kilómetro (2´42”) ya habíamos puesto tierra de por medio. Atrás, según lo acordado, permaneció Antón. Los contrincantes prefirieron quedarse a la estela del soriano. Morgan aguanto hasta el tercer kilómetro (8´08”) pero hizo un gran trabajo. El calor, la humedad y la ansiedad por finalizar la carrera fueron reduciendo las fuerzas. Se acerco Antón hasta rebasarme. Quedaban tres vueltas y Anacleto progresaba, se aproximó hasta situarse a unos sesenta metros. Antón quiso escaparse pero le dije que aguantará conmigo una vuelta más y que atacase en la recta final. Trescientos metros y Antón ya no se contuvo, avivó el ritmo y se fue en solitario. Miré hacía atrás una y cien mil veces y aunque Anacleto se acercaba ya no le quedaban metros para atraparme. La plata y los 13´40”95 certificaron mi buen estado de forma y garantizaba mi participación en mis primeros JJOO. El otro olímpico se decantó a favor del manchego Antonio Serrano.

Había cumplido mi sueño, acudir a unos Juegos Olímpica, a más estos en Barcelona ¡Cojonudo! . Llamé a casa y entre sollozos les dije, soy olímpico. Los días previos a los Juegos un grupo de fondistas (Diego García, Rodrigo Gavela, Serrano…) estuvimos concentrados en Palafrugell. Todo era genial, convivir en la Villa Olímpica al lado de mis ídolos (Dream Team – Michael Jordam, Sabonis, Arancha Sánchez Vicario, Sergei Bubka, Jackie Joyner…) era lo mejor que me estaba pasando. Pedí autógrafos, cambie pins y me paseaba por la villa como un dando, orgulloso de codearme con los mejores deportistas del universo. Como dijo el Barón Pierre de Coubertain lo importante es participar y como no quise ser menos, me tomé el consejo del Barón a pie de la letra. Quién quiera ganar que gane que yo fui a Barcelona a participar y a ser olímpico. En serio, en Barcelona goce más que un niño en un parque de atracciones.
Llegó el día de la competición. Semifinales. Me toco una serie dura con unos rivales chungos, bueno, todas las series y todos los contrincantes se presentaban como muy chungos. Salí tirando del grupo con la intención de poner tierra de por medio y así tratar de clasificarme por tiempos ya que por puestos era casi imposible. El Estadio, setenta mil aficionados me animaban y coreaban (Fiz, Fiz, Fiz…) mi nombre. De doce vueltas y media que constan los cinco kilómetros, estuve en cabeza hasta falta de doscientos metros. Entonces, empezaron a pasarme italianos, americanos e incluso alguno de las Islas Fiji (estos ni de coña). Entré en séptimo lugar y el registro de 13´42”20 me dejaba fuera de la gran final. Aunque había cumplido el sueño de participar en unos Juegos olímpicos, en ese momento, me sentí incapaz, lento y sin opción a estar alguna vez entre los mejores. Enseguida se me paso la mala hostia. Me preguntaba ¿A qué he ido a Barcelona?. A participar, pues ya esta, objetivo cumplido. Los días siguientes fueron de fiesta. Yo no se si la gente follaba o hacía el amor dentro de la Villa pero lo que si os puedo asegurar que al comienzo de los Juegos, en los restaurantes de la Villa y en algunas zonas públicas colocaron peceras llenas de preservativos. No lo se que hicieron con ellos pero el caso es que desaparecieron. Las brasileñas bailaban al son de la samba y las hormonas masculinas y ¡Ojo! femeninas afloraban efervescentemente. Que quede claro, no me comí una rosca. Los restaurantes de la Villa Olímpica permanecían abiertos las 24 horas del día. Helados, tentempiés y cada día que pasaba había mucha más fiesta.
El momento más apoteósico llego el día de la final de los mil quinientos. Por la mañana acompañamos a Fermín Cacho en un rodaje suave. Cacho estaba seguro de sus posibilidades, sólo hablaba él y nos repitió una y otra vez las ganas que tenía que llegara la tarde para coronarse campeón olímpico. Estaba alucinando ¡Campeón olímpico! No dice nada. Ducha, paseo y a comer. Tras la siesta, Cacho se preparó un café doble y nada más tomarlo, directo al Estadio. En la grada me senté al lado de Albentosa. No les voy a contar lo que fue la carrera, algo increíble, nuestro amigo Cacho CAMPEON OLIMPICO. No nos lo creíamos, no nos entraba en la cabeza y nos repetíamos una y otra vez, Campeón Olímpico. Incrédulos, nos bajamos desde el Estadio hasta Barcelona con el mismo repertorio de palabras “qué cabrón el Cacho, la que ha liado”. Ese día ha sido y es el más grande e importante del Atletismo español.Los Juegos, como no podía ser de otra manera, terminan con la maratón. Lo quise ver desde el estadio en pantalla gigante y hasta allí me desplacé. Cuando vi entrar por el túnel de acceso al estadio a Diego García corriendo los últimos trescientos en noveno lugar me entró una especie de escalofrío. Una vez que Diego atendió a la prensa se acercó hasta donde yo estaba para ver juntos la clausura. Le felicité y según le estaba dando un abrazo y un beso me dijo “tú serás un gran maratoniano”. Jamás se me olvidaran esas las palabras de ánimo. La noche se hizo larga, muy larga. Diego estaba tan eufórico y contento que no le dio tiempo a ir a cambiarse, se paso la noche en chandall y con el dorsal colgado en su espalda.

Los Juegos Olímpicos de Barcelona habían terminado. Como dije anteriormente, para bien, marcaron un antes y un después en mi trayectoria deportiva. Antes porque había cumplido un sueño. Después, porque gracias a apreciar mis carencias físicas (ritmo lento / falto de velocidad final) reconsideré, con buen criterio, en pasarme a una distancia más larga. Finalizado el mes de Agosto y el período vacacional me reuní con mi preparador físico, Sabino Padilla. Le comenté que quizás por mis cualidades físicas (1´69 metros / 55 Kg.) sería conveniente pasarme al maratón. Al oír estas palabras, intuí por la manera de mirarme que estaba totalmente de acuerdo con la elección de correr los 42195 metros. Sometido a diferentes pruebas; fisiológicas, analíticas, pruebas de esfuerzo y test de campo para ver parámetros y analizar la cantidad de ácido láctico que genera el organismo a diferentes velocidades, concluyeron que en la teória y en la ciencia se vislumbraban cualidades para correr la distancia mítica. ¡Claro! Una cosa era la teórica y otra bien distinta llevarlo a la práctica. Significaba, más entrenamiento, menos fiesta… Eso sera en el siguiente capitulo
ESE SERÁ EL SIGUIENTE CAPITULO
“MI PRIMER MARATON”